Opinión:
MENDIGOS Y POLÍTICOS
Prof. Julián Morillo
Bonao.- Son seres omnipresentes. No hay un solo lugar de esta provincia donde no te encuentren. Invadieron todas las plazas comerciales: supermercados, casas de cambio, bancos, bancas, balnearios, discotecas, farmacias, restaurantes, detrás, delante y al lado de los autos. Si tú bajas el cristal del lado del chofer, cinco pares de ojos se chocan con tu cara; si bajas el cristal derecho, diez manos veloces y ligeras entran inesperadamente a tu vehículo: “regáleme diez pesos.”
Se habrá dado cuenta de que no hablo de los políticos, sino de los mendigos, pordioseros, pedigüeños, desarrapados, depauperados, menesterosos que han invadido nuestras calles.
Ya no son necesariamente ancianos como en la antigüedad, ni ciegos, tuertos, cojos, mancos. El modelo de anciano plasmado en El Lazarillo de Tormes y en famosas pinturas de la Edad Media, es decir: ciego, con una pierna del pantalón levantada y ayudado por un niño, es cosa del pasado.
Ahora los hay de todas las edades, de todos los estilos y colores. Incluso los hay que parecen salidos de las universidades o de la escuela de arte dramático: sólo descubres que son pedigüeños cuando al final de la conversación te dicen: “si usted puede, consígame algo para un pica pollo”.
Los hay que no establecen diferencia entre el pedir y trabajar. Te dicen que si tú quieres que te cuiden el carro o el motor, si le dices que no, entonces entran a la segunda fase: “pues entonces regáleme veinte pesos.”
Hoy está abundando el mendigo sincero. Este individuo te dice con todo el desparpajo del mundo: “amigo, yo soy pobre pero no mentiroso, regáleme algo para completar una botella de ron que estamos serruchando unos amigos y yo.
A esta interesante carrera se ha sumado la mayoría de los delincuentes objeto del nuevo método policial: dispararles a las piernas. Ahí encuentran a una sociedad que comienza a verlos con ojos de piedad, aunque pidan para drogarse.
Hace poco me encontraba en un lavadero, se acerca un joven con un brazo que se notaba con poco tiempo de amputado. Me pide que le ayude con algo de dinero. Yo, entre tacaño y resistente a dejarme timar, le digo que podía conseguirle una carta para ir a una institución donde le podían ayudar a colocarse una prótesis, de modo que pudiera volver a trabajar. La respuesta no se hizo esperar: “si usted va a dar algo, démelo y ya…”.
“Busquemos los culpables”
Las razones que dan lugar a este hecho vergonzoso son de índole diversa y compleja: una profunda crisis económica que ha dejado sin empleos a miles de dominicanos y dominicanas; una deuda social acumulada de todos los gobiernos que parece no tener fin; una crisis de valores que ha llevado a que muchos hombres y mujeres prefieran pedir a trabajar, sin que esto sea motivo de vergüenza o sonrojo alguno, y más que todo, la falta de propuestas programáticas y de ideología, ha conducido a nuestros políticos a cimentar sus campañas sobre la base de dádivas y montar una estructura de vagos y lambiscones que, una vez se acostumbran a vivir “sin doblar el lomo”, ya no encuentra forma digna de vivir. Si tienen suerte y su candidato gana, pasan a la nómina del ayuntamiento, el Congreso o la vaca nacional a cobrar mientras “invierten” su tiempo “bajando fría”; si pierde su flamante líder, entonces se recogen las banderas hasta que vengan “las presidenciales” y se lanzan a engrosar las filas de los miles de partidarios del negocio más rentable del siglo: pedir. Dios nos proteja.