Justo en el momento en que el pastor Ezequiel Molina hablaba sobre los tentáculos del narcotráfico, el panorama de alabanzas cambió radicalmente.
Molina, que por décadas ha protagonizado cada 1 de enero el mensaje del Ministerio de La Batalla de la Fe, sufrió un desmayo. Con certeza podría decirse que nunca antes en el Estadio Olímpico se vivió un escenario igual.
Alrededor de 60 mil personas de rodillas orando al unísono y por una sola causa. Mujeres y hombres llorando por lo mismo. En este momento, más que las creencias se impuso el sentido humano. Un hombre con tanto carisma y tan enérgico para hablar de sus creencias, desvaneció.
Al terminar el encuentro el pastor y comunicador Miguel Susana explicó que todo se debió a que al religioso le subió la azúcar. “Vieron que no lo sacamos del escenario de emergencia. Él está bien, está estable, tiene sus signos normales y está hablando normal”, dijo el también comunicador.
Ciertamente, Molina pudo terminar su sermón y antes de que la ambulancia de los servicios del 911 salieran, pasó al menos 30 minutos. Susana explicó que la tardanza se debió a que Molina quería llevar a feliz término el evento.
“Sabemos demasiado, pero da vergüenza que haya temas que no hemos sabido resolver. Hay una doble moral que está acabando con la sociedad. Tenemos el vicio de las drogas, donde no son todos los que están ni están todos lo que son.
Las drogas han llenado de muertes, de homicidios múltiples”, comentaba el pastor durante su mensaje de la Batalla de la Fe. En ese momento, bajó la cabeza hasta llevarla a sus manos y, como en señal de oración, no habló durante varios segundos.
Ezequiel Molina hijo subió a la tarima y se mantuvo cerca. Pareciera que profetizó lo que vendría instantes después.
Molina volvió prácticamente a repetir sus palabras, para que llegara un segundo silencio al micrófono, porque frente a él, los “aleluya” y “gloria a Dios” replicaban.
Su hijo lo sostuvo ante su inminente ausencia y de inmediato la asistencia se hizo presente frente a la tarima que alejó al protagonista del púlpito. Su hijo tomó el mando de todo y las oraciones resonaron con más fuerzas.
A Molina le dieron asistencia médica y le colocaron un suero antes de bajarlo de la tarima. Él estuvo consciente, al punto de poder decir, una vez sentado en la camilla y en medio de una multitud que lo rodeaba “estoy bien”. Las energías le sobraron para convencer a todos de su estabilidad y nuevamente subir al escenario y terminara su sermón.
El Caribe