Opinión
¿Quiénes son los que me protegen?
Julián Morillo
Bonao.- A raíz de los escándalos producidos por la participación de cientos de oficiales y alistados policiales y militares en actos delictivos y en el narcotráfico, se ha desatado un vendaval de opiniones y propuestas para regenerar el llamado cuerpo del orden.
Hasta mi memoria llegan los recuerdos de aquellos tiempos en que, aún siendo la PN un aparato de represión al servicio del gobierno de Balaguer y de la lucha anticomunista, los policías eran elementos conocidos por la población, incluso los del servicio secreto.
Los que somos mayorcitos recordamos fácilmente a Víctor Coconete, Moquete, Sánchez, El Rubio, Varguita, Alcántara, Grullón, por sólo poner unos cuantos ejemplos. Eran individuos tan compenetrados en el seno de los barrios, que muchas veces, cuando mandaban a buscar a algunos ciudadanos que ellos presumían eran inocentes, los ponían sobre aviso. Sus verdaderos enemigos eran los delincuentes y, por desviación ideológica, los revolucionarios.
¿Qué ocurre ahora? Pues que a los policías los conocen todos los delincuentes y vendedores de drogas, con quienes comparten hasta tragos; sin embargo, la población sana, indefensa, la que paga impuestos para que el policía coma a cambio de protegerle su vida, no conoce quién es el individuo que tiene que velar por su seguridad. ¡Qué ironía, Qué incongruencia!
Por algo que parece una ley no escrita de la convivencia humana, los barrios donde todos se conocen desde pequeños y los adultos han visto crecer a los jóvenes, difícilmente se produzcan actos delincuenciales. Como si existiese cierto temor a ser señalado por el vecino, temor quizás hasta inconsciente, a romper una norma de convivencia.
Pienso, aunque parezca ingenuo y casi utópico, que si los agentes policiales tuvieran más contacto, digamos más roce, con los núcleos sanos y positivos del pueblo, y menos acercamiento con narcotraficantes y criminales, podrían sentir más temor o al menos algún prurito moral lo estremecería antes de dejarse arrastrar por los podridos sociales.
¿Cómo hacerlo? Fácil. Que los policías sean mostrados a la población civil por los medios de comunicación, ponerlos en contacto con los miembros de las juntas de vecinos, de los clubes deportivos, sociales y culturales, que participen en intercambios con el pueblo, participen en operativos médicos, de limpieza; que aquellos que tengan ciertas destrezas como defensa personal las enseñen en los centros educativos.
No se puede alegar que no es conveniente que la policía se exhiba tanto porque los delincuentes los reconocen, pues éstos los reconocen de todos modos.
En fin, yo quiero conocer a los policías que han de cuidarme, los que deben servir de guardianes de mis hijos, mi esposa, mi madre, mis hermanos, sobrinos y amigos. Quiero conocerlos hasta para agradecerles el hermoso y humano gesto de convertirse en una muralla entre uno de los míos y un desalmado delincuente. En fin, quiero, quiero conocerlo…para protegerlo.
Julián Morillo
Bonao.- A raíz de los escándalos producidos por la participación de cientos de oficiales y alistados policiales y militares en actos delictivos y en el narcotráfico, se ha desatado un vendaval de opiniones y propuestas para regenerar el llamado cuerpo del orden.
Hasta mi memoria llegan los recuerdos de aquellos tiempos en que, aún siendo la PN un aparato de represión al servicio del gobierno de Balaguer y de la lucha anticomunista, los policías eran elementos conocidos por la población, incluso los del servicio secreto.
Los que somos mayorcitos recordamos fácilmente a Víctor Coconete, Moquete, Sánchez, El Rubio, Varguita, Alcántara, Grullón, por sólo poner unos cuantos ejemplos. Eran individuos tan compenetrados en el seno de los barrios, que muchas veces, cuando mandaban a buscar a algunos ciudadanos que ellos presumían eran inocentes, los ponían sobre aviso. Sus verdaderos enemigos eran los delincuentes y, por desviación ideológica, los revolucionarios.
¿Qué ocurre ahora? Pues que a los policías los conocen todos los delincuentes y vendedores de drogas, con quienes comparten hasta tragos; sin embargo, la población sana, indefensa, la que paga impuestos para que el policía coma a cambio de protegerle su vida, no conoce quién es el individuo que tiene que velar por su seguridad. ¡Qué ironía, Qué incongruencia!
Por algo que parece una ley no escrita de la convivencia humana, los barrios donde todos se conocen desde pequeños y los adultos han visto crecer a los jóvenes, difícilmente se produzcan actos delincuenciales. Como si existiese cierto temor a ser señalado por el vecino, temor quizás hasta inconsciente, a romper una norma de convivencia.
Pienso, aunque parezca ingenuo y casi utópico, que si los agentes policiales tuvieran más contacto, digamos más roce, con los núcleos sanos y positivos del pueblo, y menos acercamiento con narcotraficantes y criminales, podrían sentir más temor o al menos algún prurito moral lo estremecería antes de dejarse arrastrar por los podridos sociales.
¿Cómo hacerlo? Fácil. Que los policías sean mostrados a la población civil por los medios de comunicación, ponerlos en contacto con los miembros de las juntas de vecinos, de los clubes deportivos, sociales y culturales, que participen en intercambios con el pueblo, participen en operativos médicos, de limpieza; que aquellos que tengan ciertas destrezas como defensa personal las enseñen en los centros educativos.
No se puede alegar que no es conveniente que la policía se exhiba tanto porque los delincuentes los reconocen, pues éstos los reconocen de todos modos.
En fin, yo quiero conocer a los policías que han de cuidarme, los que deben servir de guardianes de mis hijos, mi esposa, mi madre, mis hermanos, sobrinos y amigos. Quiero conocerlos hasta para agradecerles el hermoso y humano gesto de convertirse en una muralla entre uno de los míos y un desalmado delincuente. En fin, quiero, quiero conocerlo…para protegerlo.